lunes, 14 de febrero de 2011

La promesa rota

Y ahí estaba yo, sola, esperando des-esperanzadamente. Aún recuerdo que, con el ramo en mano, con la promesa rota, la novia aguardaba en el atrio del viejo templo franciscano cuya fachada ostentaba una grieta como la que embargaba su corazón, partido al saberse traicionada. Cuántas veces lo habíamos platicado, ella estaba segura que la amaba con veneración.

Días antes de la boda escuché decir a mi madre:
–¡Esa unión es un absurdo! Dejaré de llamarme Inés si no logro hacer algo para impedirla– Sólo palabras, pensé. Continuaron los preparativos, los novios hacían planes de una vida juntos: Después de la Luna de Miel en Clipperton se mudarían a la vieja casa de la abuela en el centro de La Condesa, el mejor arquitecto de la ciudad estuvo a cargo de la remodelación. No es la colonia de moda pero desde niña, cuando visitábamos a la abuela, quedó en mí el deseo de habitar sus calles.

–¡Antonio! –dijo Inés– Venga acá un momento. Antonio titubeó y caminó directo al salón en donde se encontraba ella y a una seña suya se acomodó en el sillón de enfrente.
–Usted y yo sabemos –continuó– que las diferencias de cuna son siempre insondables. No pretenderá, entonces, continuar con esta insensatez. Establezca una cantidad, la necesaria para alejarse de Martha de una vez y para siempre. Mi marido me dejó, además de mucho dinero, la enorme responsabilidad de velar yo sola por el bienestar de mis hijas. Medítelo, lo espero aquí mañana.

Al salir lo noté tenso, lejano, pensativo. No escuchaba lo que yo decía y sin embargo accedía a todo, incluso a mi propuesta de casarnos en el Centro Histórico, en la misma iglesia que mis padres. A pesar de que no me acompañará papá en tan importante ocasión sé que se sentiría orgulloso del hombre que ahora me acompaña y que, al igual que él, se casa sin nada pero con el mismo brillo en los ojos.

–Hija, ya es hora. Debemos dar inicio a la ceremonia ¿Dónde está el novio?
–Lo mismo me pregunto yo padre. Nadie sabe nada o nadie quiere ser el primero en decir lo que es obvio para todos.

Antonio no llegó al día siguiente, ni al siguiente, pero una semana después se presentó –Vaya que le tomó tiempo decidirse señor Carranza. Tome asiento, no tarda en llegar mi abogado. En el estudio, a puerta cerrada, tres figuran discutían, sobre papel, el destino de una cuarta que, ignorante de lo que pasaba, era, en ese momento, inmensamente feliz.

Ya han pasado varias horas, nadie sabe cuántas. En la iglesia, desde la entrada en penumbra, el párroco la observa con piedad cristiana. Martha permanece de pie, el ramo en mano, ninguna lágrima, la mirada perdida, busca, espera –¡Mamá!– grita una niña –Tengo hambre, ya todo el mundo se ha ido ¿Qué esperamos? Vámonos también nosotras. Era la voz de Carmelita, mi hermana, tiene razón ¿Qué esperamos?

Ojalá esté usted consciente de que, con o sin dinero, no hay vuelta atrás –le dije– conoce las consecuencias si el día de la boda se presenta ante mi hija. Sin explicaciones ni despedidas.

Es mejor así comadre, dejemos al tiempo la tarea de olvidar –¡Niña! Nos iremos cuando nos tengamos que ir ¡Vayan a jugar a otro lado!

En un rincón, desapercibidos, dos hombres observan la escena:
–¿Has visto? Pobre muchacha.
–Una vez más, el novio no llegó.
–Es la misma del mes pasado sólo que ahora se le ve más serena.
–Claro que no, aquella era menos morena y más bajita.
–Tienes razón ¿Y la botella?
–Se terminó.
–¡De nuevo te la acabaste!
–¡Mira! Ya se van.
–Anda, pídeles algo pa’ pasar la noche.