jueves, 28 de mayo de 2009

Arrieros somos…

…y en el camino andamos. Cuando mi abuelo materno era chico, es decir, hace muchos años –pero no tantos que se haya perdido el recuerdo– le tocó vivir la Revolución al grito de “Tierra y libertad”. Solía contarnos, a veces, historias de su época, leyendas sobre tesoros de hacendados que fueron enterrados por esos años y recuperados en décadas posteriores y a pesar de que el abuelo vendió las vacas que heredara de su padre para trabajar atrás de un escritorio, aprendí de él y de la abuela el amor a la tierra y a los coterráneos. A la madre de todo y de todos, negra, parda, amarilla o roja. A la que nos da calor, cobija y sustento. A ese sitio en el que se enterraba el cordón umbilical de los recién nacidos y en el que tarde o temprano descansa el cuerpo cuando se separa del alma. Ese lugar que le da a uno eso otro que algunos llaman identida’ y que yo llamo raíces.

Personalmente me siento orgullosa de las mías, de saber quién es mi padre y quién es mi madre (y de parecerme un poco a ellos); de saber además quiénes fueron mis abuelos y los abuelos de mis abuelos, de saber que soy un poco kikapú, purépecha, española y calentana por línea materna y otro poco michoacana, serrana, metepequense y chilanga por línea paterna. En resumen, soy mestiza y mexicana (como el mole). Pero decía que arrieros somos y que me gusta el olor de la tierra mojada, la frescura del rocío, el sonido del río y la invisible presencia del viento que conocí en los caminos.

Desde que el hombre es hombre nace, crece, se reproduce y muere; pero los seres humanos también hacen casas, las destruyen, emigran, construyen nuevas casas, conocen otros lugares, enfrentan nuevas necesidades, modifican el cauce de los ríos, cortan árboles, cerros y montañas, se comunican (y cuando no lo logran se matan) y, en pocas palabras, los hombres hacen caminos que los unen y, a veces, los separan. Arrieros, mineros, comerciantes, caminantes, vagabundos, caballeros y una que otra alma en pena solían recorrer los caminos de tierra de antaño, algunos de los cuales hoy son carreteras o caminos asfaltados donde solamente circulan vehículos motorizados. En mi ciudad ya no quedan caminos de arrieros y cada día es más difícil sentir la frescura de la tierra y, por tanto, identificarse con ella y con su gente… se van secando las relaciones junto con el manto acuífero y los ríos se entuban para construir vías rápidas en las que se venden gorditas de a diez, refrescos y agua pero embotellada.

Lo más triste es que aquí cada vez es más difícil caminar. De acuerdo con el reglamento de tránsito, el peatón debería tener la preferencia pero la práctica nos dice lo contrario. El uso y la costumbre han convertido a las banquetas (en su mayoría llenas de baches) en estacionamiento o en zona de venta para ambulantes, empujando a los peatones a la calle y exponiéndolos a sufrir un desafortunado accidente causado por alguno de esos miles de seres que conducen un vehículo sin tener la menor idea de lo que ello significa, sin respetar las señales de tránsito y sin haber leído jamás sus derechos y obligaciones tras el volante. Los autos ganan distancia pero nos quitan calidad y calidez de vida al no ser usados adecuada y moderadamente ¿Realmente el automóvil nos libera? ¿De qué?

Los gobernantes han dejado de preocuparse por abrir espacios y crear una cultura de respeto al peatón, entre peatones y entre conductores. Los puentes peatonales están mal hechos o mal ubicados. Todos los días se pierden camellones, se hacen más angostas las banquetas, desaparecen parques, áreas verdes y espacios abiertos. También se cierran calles por el temor de los vecinos a ser asaltados y no hay quien ponga orden para que éstas sean un lugar seguro tanto para niños, ancianos y ciegos como para gente con muletas, en silla de ruedas, en patines o en bicicleta. No hay muchas opciones, el sistema de metro y de transporte colectivo es deficiente e insuficiente y cada vez somos más y aquí si aplica lo de "cantidad no es calidad".

Todo el que tiene un auto, misteriosamente, cambia su visión del mundo, con auto todos buscan estacionarse justo frente a la puerta de la escuela, del centro comercial o del centro de trabajo, incapaces de caminar unos metros o unas cuadras ¿Incapacidad física o mental? Todos quieren llegar primero, sin importar sobre quien pasen y mejor aún si es pasándose algún alto, conduciendo en sentido contrario o con exceso de velocidad. Sin ir muy lejos, sólo hay que observar, el comportamiento feroz e irritado de quienes van detrás de un volante en las calles de esta ciudad (y peor si el volante es de guaruras, microbuseros, taxistas o de señoras en van). La cosa se pone más fea cuando uno se da cuenta de que el grado de neurosis de esos seres no decrece conforme transcurre el día sino que se incrementa en forma directamente proporcional a las horas de manejo (que no a la distancia manejada porque no es lo mismo).

Si tienes un auto, afínalo y si tienes la oportunidad compártelo llevando a otros que vayan por tu mismo camino y por lo menos sonríe en lugar de aferrarte al claxon, toma en cuenta que también resulta nocivo para el ambiente. Si puedes (seguramente si) prescinde del auto de vez en cuando ¡Usemos la bici! Al manejar, piensa en tu seguridad y en la de los otros, respétate a ti respetando las señales y a los otros conductores, pero sobre todo respetando a los peatones y los espacios de los peatones: banquetas, paradas de autobús y cruces (esas rayas amarillas pintadas sobre el suelo en cada esquina).

En fin, arrieros somos y en el camino andamos… cuando se puede.

La Blanche.

P.D. Cuiden el agua...

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