lunes, 14 de febrero de 2011

Azul profundo

AZUL PROFUNDO... no tiene nada que ver con la película que protagonizó Patricia Llaca ni con el hit musical de Cristian Castro, no, así era el color del cielo que vi ayer, bueno en realidad no se si era “exactamente así” pero no tengo palabras para describir la belleza de “ese cielo” a las 8:26 p.m. cuando caminaba por el fraccionamiento. En toda mi vida no había visto cielo más hermoso, más grande y más profundo, estaba salpicado con unos cuantos brillantes luceros, pero sólo con unos cuantos (la medida exacta para que su inmensidad no se sintiera pesada) e imagino que constantemente tenemos la oportunidad de extasiarnos con imágenes como esa o como la de los arcoiris de la otra mañana, pero no las vemos porque siempre caminamos cabizbajos, como si buscáramos sobre el suelo, o debajo de él, algo perdido (¿a nosotros mismos?) cuando en realidad perdemos la mirada en el asfalto ¡habiendo tanto que ver hacia arriba! O ya de perdida, para aquellos que sufren de miedo a las alturas, por lo menos veamos al lado, sí, al lado, aunque sea con el rabito del ojo como solían decir las abuelas. A nuestro lado camina gente, personitas a quienes ni siquiera somos capaces de ver a los ojos (en toda su grandeza) mucho menos se diga regalarles una sonrisa o un “buenos días”, “pase usted” (ni que fuéramos payasos, me dirán… ojalá, diría yo). Pero ¿Por qué digo esto? En primer lugar por cursi y en segundo porque ayer no sólo vi un hermoso cielo coronado con el canto de un grillo que se instaló en la maceta de la entrada sino porque en la mañana, mientras caminaba el camino que recorro todos los días (quizá con los mismos pasos) escuché un ligeramente lejano ¡hoooooolaaaaaaa! ¿De dónde venía ese sonido? La palabra me era conocida pero en realidad no estoy acostumbrada a escuchar un ¡hoooooolaaaaaaa! así, de la nada ¿Quién lo está en un mundo como el nuestro? De nuevo se escuchó el ¡hoooooolaaaaaaa! y por un momento estuve a punto de continuar mi camino y no pelar pero no pude, me detuve ¡Oh! Pecado detener mi andar cuando el tiempo es oro y más aún por un ¡hoooooolaaaaaaa! desconocido... pero me vale el tiempo así que me detuve y busqué el origen de esa voz. Quienes conocen recordarán que de subida rumbo a casa de mis padres, justo antes del crucero, a lado izquierdo, hay una barranca otrora limpia ahora llena de agua jabonosa (y olorosa en tiempo de lluvias) así como llena de otras cosas desconocidas en donde alguna vez cayó más de uno en aquellas excursiones y juegos de la infancia. Bueno pues, dejando la infancia –por un momento– continúo, decía que caminaba cerca de esa barranca, porque me gusta pisar las hojas secas que caen del único encino en la acera, cuando me detuve a buscar esa voz y encontré, tras una ventana, a una personita no mayor de 10 años acompañado de quien llamaremos cariñosamente “su nana”. Al ver a ese niño con su nana, de pie frente a la ventana y agitando su mano al tiempo que me obsequiaba una gran e inolvidable sonrisa no pude más que corresponder con otra mientras agitaba mi mano, quise a mi vez externar también un ¡hoooooolaaaaaaa! Pero como siempre algo tenía que reprimirme a mi misma, así que me lo guardé para compartirlo, de algún modo, con ustedes. Esta necesidad mía de escribir lo que no expreso en el lugar y en el momento adecuados quizá les quite a ustedes más tiempo que dinero pero, en el fondo, espero que también les brinde un rato sino agradable por lo menos no común. La imagen de ese niño en la ventana me recordó un libro de Agatha Christie que leí a los doce cuando mi deseo en la vida era ser escritora de novelas de misterio. Ahora no recuerdo el título de tal libro ni soy escritora de novelas de misterio, pero en las primeras imágenes de la narración aparecía el personaje de un niño en silla de ruedas cuyo pasatiempo era observar tras la ventana todo lo que ocurría afuera, en ese mundo al que sólo podía tener acceso con ayuda de la imaginación y de unos binoculares. Como ven todo me ha puesto contenta, el ¡hoooooolaaaaaaa!, recordar momentos de mis juegos y deseos de la infancia, el cielo, el canto del grillo y entonces me dieron unas inmensas ganas de agradecer públicamente a mis grandes amigos y amigas de la infancia y en la infancia (que no es lo mismo)…

… al Soru (Abraham), Unda (Alex), Romanok (Andrés), Ceso (Ana), las todtugas (Karly, Madis, Roxy y Cloe), Rush (Rocío), Chubis (Jesús), Nany (Martín), la Burris (Lau), Itzelita, Ale Riva, Mafer y por supuesto a mis hermanos, primos y ahora a mis dos amados sobrinos el Goro y la Mostra.



“No somos sino niños más viejos…”
Lewis Carroll “Al otro lado del espejo”


BLANCHIS
Febrero de 2005